El mirar de la luz
texto por Gabriela Jara Ramos
La proximidad afectiva, y muchas veces sanguínea que el fotógrafo tiene con lo fotografiado ha dado origen a los ensayos contemporáneos más brillantes de los últimos 30 años.
En el relato biográfico se expresa el origen existencial de nuestros vínculos personales y culturales con la sociedad y la política. La realidad, y más allá de ella, la materialidad de los espacios y objetos familiares bañados por la íntima luz de ventana, aparecen a menudo desgastados en texturas temporales, como la imagen de un palimpsesto convertido en memoria.
En el caso de las fotografías de Hans Scott, las paredes de las habitaciones, y los objetos que éstas contienen, desaparecen y dan paso al rostro de personas. Su lugar no se remite a un espacio físico sino a su conexión dentro del espacio con el otro.
La fotografía y la contención vital se unen y arrojan al fotógrafo al mundo de la fragilidad emocional; estado que detecta con precisión de arquero, el lugar que ocupa el fogón de la luz del hogar: extática, imprecisa, primigenia.
¿A dónde llegamos al final del día? Cuando el mundo se hace ancho y ajeno en un mar de imágenes que pretenden enarbolar la bandera de las certezas, probablemente Hans llegará a los brazos de la inocencia perturbadora que relacionan a su hermano y su novia en este circulo de luz. Los rostros de ambos aparecen y desaparecen, en ocasiones no sabemos si permanecerán o estarán pronto a la invisibilización. El equilibrio de la forma es ambivalente. La luz como matriz de existencia es inestable.
A partir del ejercicio de escudriñar la mirada de estas dos presencias que gravitan en torno a él, comienza el fotógrafo a aprender a mirar el mundo que lo rodea, al compás de la sístole y diástole de sus imágenes.
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