Emilio: 48 años. Mi viejo.
Conductor del Transantiago, esforzado y corajudo, siempre se ha esmerado en que nada falte en la casa y, por sobre todo, y aunque no lo demuestre y poco le guste reconocerlo, siempre lucha para tener una familia feliz y unida.
Lo ha conseguido, a punta de llantos y abrazos de ojos llorosos.
Iván: 76 años. Mi tata.
Fue peluzón cuando cabro chico, jugó en la maestranza de ferrocarriles a un lado del zanjón de la aguada.
No completó los estudios.
Se casó una vez y enviudó al poco tiempo, se casó por segunda vez y hasta hoy sigue con tremendo matrimonio, 3 hijas, 8 nietos (de los cuales soy el tercero), 3 bisnietos.
Cree en su Dios y me enseñó todo de él, pero también me mostró la libertad.
No son padre e hijo, pero si son mis dos papases.
Tremenda dupla que la vida me regaló para aprender, a través de ellos, que la vida es dura, pero simple, es triste, pero con las mayores alegrías.
Tremendo equipo.
Cuando grande quiero ser como ellos.
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